Reflejos en los escaparates

Imagen de Pascal Bullan en Unsplash

Algo curioso de muchos habitantes de esta ciudad es su costumbre de mirarte furtivamente al pasar por tu lado cuando vas por la calle y te paras a mirar un escaparate. No miran el escaparate, sino a ti, como si fuese algo verdaderamente extraño lo que acabas de hacer. A veces se siente uno como un personaje de una película de espías, de esos que comprueban de esta manera, mirando su reflejo en el escaparate, si les sigue el enemigo.

Entonces recuerdo esa escena de The French Connection, de Friedkin, cuando la policía sigue a Charnier y a Boca por las calles de Nueva York. Cuando Doyle anda deprisa, muy mal a gusto, esquivando medio a trompicones a los peatones, detrás del muy elegante y muy tranquilo narco francés (el actor era bien español, Fernando Rey; al Régimen le gustó, cosa rara) con el jazz de Don Ellis subiendo de revoluciones de fondo. Y me imagino que yo soy Charnier y ellos son Doyle.

En ciudades como esta, la vida es una carga a entregar en puerto sin poder cobrar los portes. Faltan estímulos porque no se observa lo que se debería observar porque no hay la imaginación que debería haber, y lo más que se atina a hacer es vigilar a los paseantes ociosos que se imaginan estar en otro sitio.

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